El comercio - 07/07/2014
El pesado viaje desde Tinduf (Argelia) no borró la sonrisa de los 290 niños saharauis que a primera hora de la mañana de ayer aterrizaron en el Aeropuerto de Asturias. La mayoría, salvo los primerizos, aturdidos por la añoranza, sabían que les esperan dos meses en los que podrán disfrutar de 'lujos' tan elementales como el agua corriente o una buena alimentación. También de un paisaje muy diferente al mar de arena en el que habitan y del cariño de las familias de acogida, cuyo solidario gesto les abre una ventana a un mundo y a unas condiciones de vida que nada tienen que ver con las que soportan en los campamentos de refugiados en los que residen.
Son niños apátridas, sin carnet de identidad ni pasaporte, alegres y de exquisito comportamiento, nietos y bisnietos de los saharauis que en noviembre de 1975 huyeron de su tierra rumbo a Argelia cuando Marruecos ocupó la antigua colonia española del Sahara Occidental. Un mes después del inicio de aquella Marcha Verde, la ONU aprobaba el derecho del pueblo saharaui a la autodeterminación, derecho que aún no se ha ejercido.
Un autobús esperaba en la terminal a los 40 niños cuyo destino vacacional está en el Occidente de Asturias. El resto viajó a Avilés, al Centro Sociocultural de Los Canapés, el lugar elegido para encontrarse con sus familias de acogida, procedentes de distintos lugares del centro y el Oriente de Asturias. En muchos casos se trataba de un reencuentro. «Es una experiencia muy gratificante. Recibes más de lo que das», aseguraron Mercedes Hevia y su hija, Laura Morán, mientras abrazaban a Fara, una niña de diez años que acogen por quinto año consecutivo.
Para Marta e Iván López era la primera vez. Derrochaban ilusión, pero no sabían muy bien cómo vencer las reticencias de Mohamed, uno de los niños que no terminaba de sacudirse la añoranza de su familia.
Salambha y Jalifa Said irradiaban alegría. Es un caso especial. Salambha se quedó a vivir en Gijón con su familia de acogida. De eso hace ya ocho años y ahora, con 24 cumplidos, ha podido conocer al fin a Jalifa, su hermana de ocho años. «Cuando me fui de Tinduf era un bebé y desde entonces no la he vuelto a ver, hasta hoy», dijo entonando un marcado acento asturiano. «Aquí estoy feliz, es otro mundo. La vida es distinta y puedo ayudar a mis nueve hermanos. Les envío comida, dinero y todo lo que puedo. Al pequeño aún no lo conozco», lamentó.
Salambha compagina trabajo y estudios de Secundaria. Vive «con una chica y su abuela», y no duda un instante a la hora de responder dónde le gustaría labrarse el futuro. «En España. Allí, en Tinduf, la cosa está muy mal, hay muchas necesidades», dijo.
Los campamentos se extienden en el suroeste de Argelia, cerca de la frontera con Marruecos, y se sustentan con la ayuda internacional, fundamentalmente española. «Las cosas van a peor. Antes se pedía para África y ahora se pide para España», lamentó Pilar Martínez, una de las veteranas de las 'Vacaciones Solidarias' que organiza la Asociación Asturiana de Ayuda al Pueblo Saharaui.
Ayer esperaba a Maguada, de 13 años, a la que acoge por cuarto año consecutivo. «Son unos niños muy sociables que viven en unas condiciones muy duras. Es tremendamente injusto», recalcó.
María de los Ángeles y Wenceslao cuidarán durante el verano a Hamidi, nueve años de edad y hermano de Mamuni, el niño al que acogieron hasta que cumplió la edad máxima establecida en el programa. «Estamos empeñados en traerlo a Asturias para que puede completar los estudios de Secundaria. Es muy aplicado». El principal obstáculo es la burocracia. «Hay que hacer muchos papeles, pero ya hemos conseguido el pasaporte y estamos a la espera de recibir el visado», manifestaron con esperanza.
Los niños aguantaron estoicamente las más de dos horas que fueron necesarias para reunirse con sus familias de acogida. Muchos hablan español, y sus deseos eran comunes: patatas bañadas en ketchup, espaguetis y un verano de playa, piscina y helados en buena compañía. Después, el 5 de septiembre, tendrán que volver a la dura realidad de los campamentos de Tinduf, a dos horas escasas de vuelo de España más tres o cuatro en camión a través del árido y tórrido desierto argelino.
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